Matrimonio II > Génesis II > El misterio del estado originario del hombre


JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 30 de enero de 1980


El misterio del estado originario del hombre

1. La realidad del don y del acto de donar, delineada en los primeros capítulos del Génesis, como contenido constitutivo del misterio de la creación, confirma que la irradiación del amor es parte integrante de este mismo misterio. Sólo el amor crea el bien y, en definitiva, sólo puede ser percibido en todas sus dimensiones y perfiles a través de las cosas creadas y sobre todo del hombre. Su presencia es como el resultado final de las hermenéutica del don que aquí estamos realizando. La felicidad originaria, el "principio" beatificante del hombre al que Dios creó "varón y mujer" (Gén 1, 27), el significado esponsalicio del cuerpo en su desnudez originaria: todo esto expresa el arraigo en el amor. Este donar coherente, que se remonta hasta las raíces más profundas de la conciencia y de la subsconciencia, a los últimos estratos de la existencia subjetiva de ambos, varón y mujer, y que se refleja en su recíproca "experiencia del cuerpo", da testimonio del arraigo del amor. Los primeros versículos de la Biblia hablan tanto de ello, que disipan toda duda. Hablan no sólo de la creación del mundo y del hombre en el mundo, sino también de la gracia, esto es, de la comunicación en la santidad, de la irradiación del Espíritu, que produce un estado especial de "espiritualización" en ese hombre, que de hecho fue el primero. En el lenguaje bíblico, esto es, en el lenguaje de la revelación, la calificación de "primero" significa precisamente "de Dios": "Adán, hijo de Dios" (Cf. Lc 3, 38).

2. La felicidad es el arraigarse en el amor. La felicidad originaria nos habla del "principio" del hombre, que surgió del amor y ha dado comienzo al amor. Y esto sucedió de un modo irrevocable, a pesar del pecado sucesivo y de la muerte. A su tiempo, Cristo será testigo de este amor irreversible del Creador y Padre, que ya se había manifestado en el misterio de la creación y en la gracia de la inocencia originaria. Y por esto también el "principio" común del varón y la mujer, es decir, la verdad originaria de su cuerpo en la masculinidad y feminidad, hacia el que dirige nuestra atención el Génesis 2, 25, no conoce la vergüenza. Este "principio" se puede definir también como inmunidad originaria y beatificante de la vergüenza por efecto del amor.

3. Esta inmunidad nos orienta hacia el misterio de la inocencia originaria del hombre. Es un misterio de su existencia anterior a la ciencia del bien y del mal, y como "al margen" de ésta. El hecho de que el hombre exista en este mundo, antecedentemente a la ruptura de la primera Alianza con su Creador pertenece a la plenitud del misterio de la creación. Si, como hemos dicho antes, la creación es un don hecho al hombre, entonces su plenitud es la dimensión más profunda y determinada de la gracia, esto es, de la participación en la vida íntima de Dios mismo, en su santidad. Esta es también en el hombre fundamento interior y fuente de su inocencia originaria. Con este concepto —y más precisamente con el de "justicia originaria"—, la teología define el estado del hombre antes del pecado original. En el presente análisis del "principio", que nos allana los caminos indispensables para la comprensión de la teología del cuerpo, debemos detenernos sobre el misterio del estado originario del hombre. En efecto, precisamente esa conciencia del cuerpo —más aún, la conciencia del significado del cuerpo— que tratamos de iluminar a través del análisis del "principio", revela la peculiaridad de la inocencia originaria.

Lo que se manifiesta quizá mayormente en el Génesis 2, 25, es precisamente el misterio de esta inocencia, que tanto el hombre como la mujer llevan desde los orígenes, cada uno en sí mismo. Su mismo cuerpo es testigo, en cierto sentido, "ocular" de esa característica. Es significativo que la afirmación encerrada en Génesis 2, 25 —acerca de la desnudez recíprocamente libre de vergüenza—, sea una enunciación única en su género dentro de toda la Biblia, tanto, que no se repetirá jamás. Al contrario, podemos citar muchos textos en los que la desnudez está unida a la vergüenza, o incluso, en sentido todavía más fuerte a la "ignominia"[1]. En este amplio contexto son mucho más claras las razones para descubrir en el Génesis 2, 25 una huella particular del misterio de la inocencia originaria y un factor especial de su irradiación en el sujeto humano. Esta inocencia pertenece a la dimensión de la gracia contenida en el misterio de la creación, es decir, a ese misterioso don hecho a lo más íntimo del hombre al "corazón" humano que permite a ambos, varón y mujer, existir desde el "principio" en la recíproca relación del don desinteresado de sí. En esto está encerrada la revelación y a la vez del descubrimiento del significado "esponsalicio" del cuerpo en su masculinidad y feminidad. Se comprende por qué hablamos, en este caso, de revelación y a la vez de descubrimiento. Desde el punto de vista de nuestro análisis, es esencial que el descubrimiento del significado esponsalicio del cuerpo, que leemos en el testimonio del libro del Génesis, se realice a través de la inocencia originaria; más aún, este descubrimiento es quien la revela y la hace patente.

4. La inocencia originaria pertenece al misterio del "principio" humano, del que se separó después el hombre "histórico" cometiendo el pecado original. Pero esto no significa que no esté en disposición de acercarse a ese misterio mediante su ciencia teológica. El hombre "histórico" trata de comprender el misterio de la inocencia originaria como a través de un contraste, esto es, remontándose a la experiencia de la propia culpa y del propio estado pecaminoso [2]. Trata de comprender la inocencia originaria como característica esencial para la teología del cuerpo, partiendo de la experiencia de la vergüenza; efectivamente, el mismo texto bíblico lo orienta así. La inocencia originaria es, pues, lo que "radicalmente", esto es, en sus mismas raíces, excluye la vergüenza del cuerpo en la relación varón-mujer, elimina su necesidad en el hombre, en su corazón, o sea, en su conciencia. Aunque la inocencia originaria hable sobre todo del don del Creador, de la gracia que ha hecho posible al hombre vivir el sentido de la donación primaria del mundo, y en particular el sentido de la donación recíproca del uno al otro a través de la masculinidad y feminidad en este mundo, sin embargo esta inocencia parece referirse ante todo al estado interior del "corazón" humano, de la voluntad humana. Al menos indirectamente, en ella está incluida la revelación y el descubrimiento de la humana conciencia moral, la revelación y el descubrimiento de toda la dimensión de la conciencia —obviamente, antes del conocimiento del bien y del mal—. En cierto sentido, se entiende como rectitud originaria.

5. En el prisma de nuestro "a posteriori histórico" tratamos de reconstruir, en cierto modo, la característica de la inocencia originaria, entendida cual contenido de la experiencia recíproca del cuerpo como experiencia de su significado esponsalicio (según el testimonio del Génesis 2, 23-25). Puesto que la felicidad y la inocencia están inscritas en el marco de la comunión de las personas, como si se tratase de dos hilos convergentes de la existencia del hombre en el misterio de la creación, la conciencia beatificante del significado del cuerpo —esto es, del significado esponsalicio de la masculinidad y la feminidad humanos— está condicionada por la inocencia originaria. No parece que haya impedimento alguno para entender aquí esa inocencia originaria como una particular "pureza de corazón", que conserva una fidelidad interior al don según el significado esponsalicio del cuerpo. Por consiguiente, la inocencia originaria, concebida así, se manifiesta como un testimonio tranquilo de la conciencia que (en este caso) precede a cualquier experiencia del bien y del mal; y sin embargo este testimonio sereno de la conciencia es algo mucho más beatificante. Efectivamente, se puede decir que la conciencia del significado esponsalicio del cuerpo, en su masculinidad y feminidad, se hace "humanamente" beatificante sólo por medio de este testimonio.

Dedicaremos la próxima meditación a este tema, esto es, al vínculo que, en el análisis del "principio" del hombre, se delinea entre su inocencia (pureza de corazón) y su felicidad.


--------------------------------------------------------------------------------

[1] La "desnudez", en el sentido de "falta de vestido", en el antiguo Oriente Medio significaba el estado de abyección de los hombres privados de libertad: esclavos, prisioneros de guerra o condenados, los que no gozaban de la protección de la ley. La desnudez de las mujeres se consideraba deshonor (cf., por ejemplo, las amenazas de los Profetas: Oseas, 1, 2, y Ezequiel, 23, 26, 29).

El hombre libre, atento a su dignidad, debía vestirse suntuosamente: cuanta más mayor cola tenían los vestidos, tanto más alta era la dignididad (cf., por ejemplo el vestido de José, que inspiraba celos en sus hermanos; o de los fariseos, que alargaban sus franjas).

El segundo significado de la "desnudez", en sentido eufemístico, se refería al acto sexual. La palabra hebrea cerwat significa un vacío especial (por ejemplo, del paisaje), falta de vestido, expolio, pero no comportaba nada de oprobioso.

[2] "Sabemos que la ley es espiritual, pero yo soy carnal, vendido por esclavo del pecado. Porque no sé lo que hago; pues no pongo por obra lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago... Pero entonces ya no soy yo quien obra esto, sino el pecado, que mora en mí. Pues yo sé que no hay en mí, esto es, en mi carne, cosa buena. Porque el querer el bien está en mí, pero el hacerlo no. En efecto, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Pero si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo hace, sino el pecado, que habita en mí. Por consiguiente, tengo en mí esta ley: que, queriendo hacer el bien, es el mal el que se me apega; porque me deleito en la ley de Dios según el hombre interior, pero siento otra ley en mis miembros que repugna a la ley de mi mente y me encadena a la ley del pecado, que está en mis miembros. ¡Desdichado de mí!, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?" (Rom 7, 14-15. 17-24; cf.: "Video meliora proboque, deteriora sequor", Ovidio, Metamorph. VII, 20).

Leer más...

Matrimonio II > Génesis II > El significado "esponsalicio" del cuerpo humano


JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 16 de enero de 1980


El significado "esponsalicio" del cuerpo humano

1. Continuamos hoy el análisis de los textos del libro del Génesis que hemos emprendido según la línea de la enseñanza de Cristo. Efectivamente, recordamos que, en la conversación sobre el matrimonio, Él se remitió al "principio".

La revelación y, al mismo tiempo, el descubrimiento originario del significado "esponsalicio" del cuerpo, consiste en presentar al hombre, varón y mujer, en toda su realidad y verdad de su cuerpo y sexo ("estaban desnudos"), y a la vez, en la plena libertad de toda coacción del cuerpo y del sexo. De esto parece dar testimonio la desnudez de los progenitores, interiormente libres de la vergüenza. Se puede decir que, creados por el Amor, esto es, dotados en su ser de masculinidad y feminidad, ambos están "desnudos", porque son libres de la misma libertad del don. Esta libertad está precisamente en la base del significado esponsalicio del cuerpo. El cuerpo humano, con su sexo, y con su masculinidad y feminidad, visto en el misterio mismo de la creación, es no sólo fuente de fecundidad y procreación, como en todo el orden natural, sino que incluye desde "el principio" el atributo "esponsalicio", es decir, la capacidad de expresar el amor: ese amor precisamente en el que el hombre-persona se convierte en don y —mediante este don— realiza el sentido mismo de su ser y existir. Recordemos que el texto del último Concilio, donde se declara que el hombre es la única criatura en el mundo visible a la que Dios ha querido "por sí misma" añadiendo que este hombre no puede "encontrar su propia plenitud si no es a través de un don sincero de sí"[1].

2. La raíz de esa desnudez originaria libre de vergüenza, de la que habla el Génesis 2, 25, se debe buscar precisamente en esa verdad integral sobre el hombre. Varón y mujer, en el contexto de su "principio" beatificante, están libres de la misma libertad del don. Efectivamente, para poder permanecer en la relación del "don sincero de sí" y para convertirse en este don el uno para el otro, a través de toda su humanidad hecha de feminidad y masculinidad (incluso en relación a esa perspectiva de la que habla el Génesis 2, 24), deben ser libres precisamente de este modo. Entendemos aquí la libertad sobre todo como dominio de sí mismos (autodominio). Bajo este aspecto, esa libertad es indispensable para que el hombre pueda "darse a sí mismo", para que pueda convertirse en don, para que (refiriéndonos a las palabras del Concilio) pueda "encontrar su propia plenitud" a través de "un don sincero de sí". De este modo, las palabras "estaban desnudos sin avergonzarse de ello" se pueden y se deben entender como revelación —y a la vez como descubrimiento— de la libertad que hace posible y califica el sentido "esponsalicio" del cuerpo.

3. Pero el Génesis 2, 25 dice todavía más. De hecho, este pasaje indica la posibilidad y la calidad de esta recíproca "experiencia del cuerpo". Y además nos permite identificar ese significado esponsalicio del cuerpo in actu. Cuando leemos que "estaban desnudos sin avergonzarse de ello", tocamos indirectamente con su raíz y directamente ya sus frutos. Interiormente libres de la coacción del propio cuerpo y sexo, libres de la libertad del don, varón y mujer podían gozar de toda la verdad, de toda la evidencia humana, tal como Dios Yahvé se las había revelado en el misterio de la creación. Esta verdad sobre el hombre, que el texto conciliar precisa con las palabras antes citadas, tiene dos acentos principales. El primero afirma que el hombre es la única criatura en el mundo al que el Creador ha querido "por sí misma"; el segundo consiste en decir que este hombre mismo, querido por Dios desde el "principio" de este modo, puede encontrarse a sí mismo sólo a través de un don desinteresado de sí. Ahora, esta verdad acerca del hombre, que en particular parece tomar la condición originaria unida al "principio" mismo del hombre en el misterio de la creación, puede ser interpretada —según el texto conciliar— en ambas direcciones. Esta interpretación nos ayuda a entender todavía mejor el significado esponsalicio del cuerpo, que aparece inscrito en la condición originaria del varón y de la mujer (según el Génesis 2, 23-25) y en particular en el significado de su desnudez originaria.

Si, como hemos constatado, en la raíz de la desnudez está la libertad interior del don —don desinteresado de sí mismos—, ese don precisamente permite a ambos, varón y mujer, encontrarse recíprocamente, en cuanto el creador ha querido a cada uno de ellos "por sí mismo" (cf. Gaudium et spes, 24). Así, el hombre, en el primer encuentro beatificante, encuentra de nuevo a la mujer, y ella le encuentra a él. De este modo, él la acoge interiormente; la acoge tal como el creador la ha querido "por sí misma", como ha sido constituida en el misterio de la imagen de Dios a través de su feminidad; y recíprocamente, ella le acoge del mismo modo, tal como el creador le ha querido "por sí mismo" y le ha constituido mediante su masculinidad. En esto consiste la revelación y el descubrimiento del significado "esponsalicio" del cuerpo. La narración yahvista, en particular Génesis 2, 25, nos permite deducir que el hombre, como varón y mujer, entra en el mundo precisamente con esta conciencia del significado del propio cuerpo, de su masculinidad y de su feminidad.

4. El cuerpo humano, orientado interiormente por el "don sincero" de la persona, revela no sólo su masculinidad o feminidad en el plano físico, sino que revela también este valor y esta belleza de sobrepasar la dimensión simplemente física de la "sexualidad"[2]2. De este modo se completa, en cierto sentido, la conciencia del significado esponsalicio del cuerpo, vinculado a la masculinidad-feminidad del hombre. Por un lado, este significado indica una capacidad particular de expresar el amor en el que el hombre se convierte en don; por otro, le corresponde la capacidad y la profunda disponibilidad a la "afirmación de la persona", esto es, literalmente la capacidad de vivir el hecho de que el otro —la mujer para el varón y el varón para la mujer— es, por medio del cuerpo, alguien a quien ha querido el Creador "por sí mismo", es decir, único e irrepetible: alguien elegido por el Amor eterno. La "afirmación de la persona" no es otra cosa que la acogida del don, la cual, mediante la reciprocidad, crea la comunión de las personas; ésta se construye desde dentro, comprendiendo también toda la "exterioridad" del hombre, esto es, todo eso que constituye la desnudez pura y simple del cuerpo en su masculinidad y feminidad. Entonces — como leemos en el Génesis 2, 25 —, el hombre y la mujer no experimentaban vergüenza. La expresión bíblica "no experimentaban" indica directamente "la experiencia "como dimensión subjetiva.

5. Precisamente en esta dimensión subjetiva, como dos "yo" humanos y determinados por su masculinidad y feminidad, aparecen ambos, varón y mujer, en el misterio de su beatificante "principio" (nos encontramos en el estado de la inocencia originaria y, al mismo tiempo, de la felicidad originaria del hombre). Este aparecer es breve, ya que comprende sólo algunos versículos en el libro del Génesis; sin embargo, está lleno de un contenido sorprendente, teológico y a la vez antropológico. La revelación y el descubrimiento del significado esponsalicio del cuerpo explican la felicidad originaria del hombre y, al mismo tiempo, abren la perspectiva de su historia terrena, a la que él no se sustraerá jamás a este "tema" indispensable de la propia existencia.

Los versículos siguientes del libro del Génesis, según el texto yahvista del capítulo 3, demuestran, a decir verdad, que esta perspectiva "histórica" se construirá de modo diverso del "principio" beatificante (después del pecado original). Pero es tanto más necesario penetrar profundamente en la estructura misteriosa, teológica y a la vez antropológica de este "principio". Efectivamente, en toda la perspectiva de la propia "historia", el hombre no dejará de conferir un significado esponsalicio al propio cuerpo. Aún cuando este significado sufre y sufrirá múltiples deformaciones, siempre permanecerá el nivel más profundo, que exige ser revelado en toda su simplicidad y pureza, y manifestarse en toda su verdad, como signo de la "imagen de Dios". Por aquí pasa también el camino que va del misterio de la creación a la "redención del cuerpo" (cf. Rom 8).

Al detenernos, por ahora, en el umbral de esta perspectiva histórica, nos damos cuenta claramente, según el Génesis 2, 23-25, del mismo vínculo que existe entre la revelación y el descubrimiento del significado esponsalicio del cuerpo y la felicidad originaria del hombre. Este significado "esponsalicio" es también beatificante y, como tal, manifiesta, en definitiva, toda la realidad de esa donación, de la que hablan las primeras páginas del Génesis. Su lectura nos convence del hecho de que la conciencia del significado del cuerpo que se deriva de él —en particular del significado "esponsalicio"— constituye el componente fundamental de la existencia humana en el mundo.

El significado "esponsalicio" del cuerpo humano se puede comprender solamente en el contexto de la persona. El cuerpo tiene su significado "esponsalicio" porque el hombre- persona es una criatura que Dios ha querido por sí misma y que, al mismo tiempo, no puede encontrar su plenitud si no es mediante el don de sí.

Si Cristo ha revelado al hombre y a la mujer, por encima de la vocación al matrimonio, otra vocación —la de renunciar al matrimonio por el Reino de los cielos—, con esa vocación ha puesto de relieve la misma verdad sobre la persona humana. Si un varón o una mujer son capaces de darse en don por el Reino de los cielos, esto prueba a su vez (y quizás aún más) que existe la libertad del don en el cuerpo humano. Quiere decir que este cuerpo posee un pleno significado "esponsalicio".

Leer más...

Matrimonio II > Génesis II > El hombre en el jardín del Edén


JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 9 de enero de 1980


El hombre en el jardín del Edén

1. Releyendo y analizando el segundo relato de la creación, esto es, el texto yahvista, debemos preguntarnos si el primer "hombre" ('adam), en su soledad originaria, "viviría" el mundo realmente como don, con actitud conforme a la condición efectiva de quien ha recibido un don, como consta por el relato del capítulo primero. Efectivamente, el segundo relato nos presenta al hombre en el jardín del Edén (cf. Gén 2, 8); pero debemos observar que, incluso en esta situación de felicidad originaria, el Creador mismo (Dios Yahvé), y después también el "hombre", en vez de subrayar el aspecto del mundo como don subjetivamente beatificante, creado para el hombre (cf. el primer relato y en particular Gén 1, 26-29), ponen de relieve que el hombre está "solo". Hemos analizado ya el significado de la soledad originaria; pero ahora es necesario observar que por vez primera aparece claramente una cierta carencia de bien: "No es bueno que el hombre (varón) esté solo —dice DiosYahvé—, voy a hacerle una ayuda..." (Gén 2, 18). Lo mismo afirma el primer "hombre"; también él, después de haber tomado conciencia hasta el fondo de la propia soledad entre todos los seres vivientes sobre la tierra, espera una "ayuda semejante a él" (Cf. Gén 2, 20). Efectivamente, ninguno de estos seres (animales) ofrece al hombre las condiciones que hagan posible existir en una relación de don recíproco.

2.Así, pues, estas dos expresiones, esto es, el adjetivo "solo" y el sustantivo "ayuda" parecen ser realmente la clave para comprender la esencia misma del don a nivel del hombre, como contenido existencial inscrito en la verdad de la "imagen de Dios". Efectivamente, el don revela, por decirlo así, una característica especial de la existencia personal, más aún, de la misma esencia de la persona. Cuando Dios Yahvé dice que "no es bueno que el hombre esté solo" (Gén 2, 18), afirma que el hombre por sí "solo" no realiza totalmente esta esencia. Solamente la realiza existiendo "con alguno", y aún más profundamente y más completamente: existiendo "para alguno". Esta norma de existir como persona se demuestra en el libro del Génesis como característica de la creación, precisamente por medio del significado de estas dos palabras: "solo" y "ayuda". Ellas indican precisamente lo fundamental y constitutiva que es para el hombre la relación y la comunión de las personas. Comunión de las personas significa existir en un recíproco "para", en una relación de don recíproco. Y esta relación es precisamente la realización de la soledad originaria del "hombre".

3. Esta realización es, en su origen, beatificante. Está implicada sin duda en la felicidad originaria del hombre, y constituye precisamente esa felicidad que pertenece al misterio de la creación hecha por amor, es decir, pertenece a la esencia misma del donar creador. Cuando el "hombre-varón", al despertar del sueño genesíaco, ve al hombre-"mujer", tomada de él, dice: "Esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne" (Gén 2, 23); estas palabras expresan, en cierto sentido, el comienzo subjetivamente beatificante de la existencia del hombre en el mundo. En cuanto se ha verificado al "principio", esto confirma el proceso de individuación del hombre en el mundo, y nace, por así decir, de la profundidad misma de su soledad humana, que él vive como persona frente a todas las otras criaturas y a todos los seres vivientes (animalia). También este principio, pues, pertenece a una antropología adecuada, y puede ser verificado siempre según ella. Esta verificación puramente antropológica nos lleva, al mismo tiempo, al tema de la "persona" y al tema del "cuerpo-sexo". Esta simultaneidad es esencial. Efectivamente, si tratáramos del sexo sin la persona, quedaría destruida toda la adecuación de la antropología que encontramos en el libro del Génesis. Y entonces estaría velada para nuestro estudio teológico la luz esencial de la revelación del cuerpo, que se transparenta con tanta plenitud en estas primeras afirmaciones.

4. Hay un fuerte vínculo entre el misterio de la creación, como don que nace del amor, y ese "principio" beatificante de la existencia del hombre como varón y mujer, en toda la realidad de su cuerpo y de su sexo, que es simple y pura verdad de comunión entre las personas. Cuando el primer hombre, al ver a la primera mujer exclama: "Es carne de mi carne y hueso de mis huesos" (Gén 2, 23), afirma sencillamente la identidad humana de ambos. Exclamando así, parece decir: "¡He aquí un cuerpo que expresa la "persona"! Atendiendo a un pasaje precedente del texto yahvista, se puede decir también: este "cuerpo" revela al "alma viviente", tal como fue el hombre cuando Dios Yahvé alentó la vida en él (cf. Gén 2, 7), por la cual comenzó su soledad frente a todos los seres vivientes. Precisamente atravesando la profundidad de esta soledad originaria, surge ahora el hombre en la dimensión del don recíproco, cuya expresión —que por esto mismo es la expresión de su existencia como persona— es el cuerpo humano en toda la verdad originaria de su masculinidad y feminidad. El cuerpo, que expresa la feminidad "para" la masculinidad, y viceversa, la masculinidad "para" la feminidad, manifiesta la reciprocidad y la comunión de las personas. La expresa a través del don como característica fundamental de la existencia personal. Este es el cuerpo: testigo de la creación como de un don fundamental, testigo, pues, del Amor como fuente de la que nació este mismo donar. La masculinidad feminidad —esto es, el sexo— es el signo originario de una donación creadora y de una toma de conciencia por parte del hombre, varón-mujer, de un don vivido, por así decirlo, de modo originario. Este es el significado con el que el sexo entra en la teología del cuerpo.

5. Ese "comienzo" beatificante del ser y del existir del hombre, como varón y mujer, está unido con la revelación y con el descubrimiento del significado del cuerpo, que conviene llamar "esponsalicio". Si hablamos de revelación a la vez de descubrimiento, lo hacemos en relación a lo específico del texto yahvista, en el que el hilo teológico es también antropológico, más aún, aparece como una cierta realidad conscientemente vivida por el hombre. Hemos observado ya que a las palabras que expresan la primera alegría de la aparición del hombre en la existencia como "varón y mujer" (Gén 2, 23), sigue el versículo que establece su unidad conyugal (cf. Gén 2, 24), y luego el que testifica la desnudez de ambos, sin que tengan vergüenza recíproca (cf. Gén 2, 25). Precisamente esta confrontación significativa nos permite hablar de la revelación y a la vez del descubrimiento del significado "esponsalicio" del cuerpo en el misterio mismo de la creación. Este significado (en cuanto revelado e incluso consciente "vivido" por el hombre) confirma hasta el fondo que el donar creador, que brota del Amor, alcanzó la conciencia originaria del hombre, convirtiéndose en experiencia de don recíproco, como se percibe ya en el texto arcaico. De esto parece dar testimonio también —acaso hasta de modo específico— esa desnudez de ambos progenitores, libre de vergüenza.

6. El Génesis 2, 24 habla del sentido o finalidad que tiene la masculinidad y feminidad del hombre, en la vida de los cónyuges-padres. Al unirse entre sí tan íntimamente, que se convierten en "una sola carne", someten, en cierto sentido, su humanidad a la bendición de la fecundidad, esto es, de la "procreación", de la que habla el primer relato (Gén 1, 28). El hombre comienza "a ser" con la conciencia de esta finalidad de la propia masculinidad-feminidad, esto es, de la propia sexualidad. Al mismo tiempo, las palabras del Génesis 2, 25: "Estaban ambos desnudos sin avergonzarse de ello", parecen añadir a esta verdad fundamental del significado del cuerpo humano, de su masculinidad y feminidad, otra verdad no menos esencial y fundamental. El hombre, consciente de la capacidad procreadora del propio cuerpo y del propio sexo, está al mismo tiempo libre de la "coacción" del propio cuerpo y sexo. Esa desnudez originaria, recíproca y a la vez no gravada por la vergüenza, expresa esta libertad interior del hombre. "¿Es ésta la libertad del "instinto sexual"? El concepto de "instinto" implica ya una coacción interior, analógicamente al instinto que estimula la fecundidad y la procreación en todo el mundo de los seres vivientes (animalia). Pero parece que estos dos textos del libro del Génesis, el primero y el segundo relato de la creación del hombre, vinculen suficientemente la perspectiva de la procreación con la característica fundamental de la existencia humana en sentido personal. En consecuencia, la analogía del cuerpo humano y del sexo en relación al mundo de los animales —a la que podemos llamar analogía "de la naturaleza"— en los dos relatos (aunque en cada uno de modo diverso), se eleva también, en cierto sentido, a nivel de "imagen de Dios", y a nivel de persona y de comunión entre las personas.

Será conveniente dedicar todavía otros análisis a este problema esencial. Para la conciencia del hombre —incluso para el hombre contemporáneo— es importante saber que en esos textos bíblicos que hablan del "principio" del hombre, se encuentra la revelación del "significado esponsalicio del cuerpo". Pero es todavía más importante establecer lo que expresa propiamente este significado.

Leer más...

Matrimonio II > Génesis II > El misterio de la creación del hombre: varón y mujer


JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 2 de enero de 1980


El misterio de la creación del hombre: varón y mujer

1. Volvemos de nuevo al análisis del texto del Génesis (2, 25), comenzado hace algunas semanas.

Según este pasaje, el varón y la mujer se ven a sí mismos como a través del misterio de la creación; se ven a sí mismos de este modo, antes de darse cuenta de "que estaban desnudos". Este verse recíproco, no es sólo una participación a la percepción "exterior" del mundo, sino que tiene también una dimensión interior de participación en la visión del mismo Creador, de esa visión de la que habla varias veces la narración del capítulo primero: "Y vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho" (Gén 1, 31). La "desnudez" significa el bien originario de la visión divina. Significa toda la sencillez y plenitud de la visión a través de la cual se manifiesta el valor "puro" del cuerpo y del sexo. La situación que se indica de manera tan concisa y a la vez sugestiva de la revelación originaria del cuerpo, como resulta especialmente del Génesis 2, 25, no conoce ruptura interior y contraposición entre lo que es espiritual y lo que es sensible, así como no conoce ruptura y contraposición entre lo que humanamente constituye la persona y lo que en el hombre determina el sexo: lo que es masculino y femenino.

Al verse recíprocamente, como a través del misterio mismo de la creación, varón y mujer se ven a sí mismos aún más plenamente y más distintamente que a través del sentido mismo de la vista, es decir, a través de los ojos del cuerpo. Efectivamente, se ven y se conocen a sí mismos con toda la paz de la mirada interior, que crea precisamente la plenitud de la intimidad de las personas. Si la "vergüenza" lleva consigo una limitación específica del ver mediante los ojos del cuerpo, esto ocurre sobre todo porque la intimidad personal está como turbada y casi "amenazada" por esta visión. Según el Génesis 2, 25, el varón y la mujer "no sintieron vergüenza": al verse y conocerse a sí mismos en toda la paz y tranquilidad de la mirada interior, se "comunican" en la plenitud de la humanidad, que se manifiesta en su como recíproca complementariedad precisamente porque es "masculina" y "femenina". Al mismo tiempo "se comunican" según esa comunión de las personas, en la que, a través de la feminidad y masculinidad, se convierten en don recíproco la una para la otra. De este modo alcanzan en la reciprocidad una comprensión especial del significado del propio cuerpo. El significado originario de la desnudez corresponde a esa sencillez y plenitud de visión, en la cual la comprensión del significado del cuerpo nace casi en el corazón mismo de su comunidad-comunión. La llamaremos "esponsalicia". El varón y la mujer en el Génesis 2, 23-25 surgen al "principio" mismo precisamente con esta conciencia del significado del propio cuerpo. Esto merece un análisis profundo.

2. Si el relato de la creación del hombre en las dos versiones, la del capítulo primero y la yahvista del capítulo segundo, nos permite establecer el significado originario de la soledad, de la unidad y de la desnudez, por esto mismo nos permite también encontrarnos sobre el terreno de una antropología adecuada, que trata de comprender e interpretar al hombre en lo que es esencialmente humano[1]. Los textos bíblicos contienen los elementos esenciales de esta antropología, que se manifiestan en el contexto teológico de la "imagen de Dios". Este concepto encierra en sí la raíz misma de la verdad sobre el hombre, revelada a través de ese "principio", al que se remite Cristo en la conversación con los fariseos (cf. Mt 19, 3-9), hablando de la creación del hombre como varón y mujer. Es necesario recordar que todos los análisis que hacemos aquí, se vuelven a unir, al menos indirectamente, precisamente con estas palabras suyas. El hombre, al que Dios ha creado "varón y mujer", lleva impresa en el cuerpo, "desde el principio", la imagen divina; varón y mujer constituyen como dos diversos modos del humano "ser cuerpo" en la unidad de esa imagen.

Ahora bien, conviene dirigirse de nuevo a esas palabras fundamentales de las que se sirvió Cristo, esto es, a la palabra "creó", al sujeto "Creador", introduciendo en las consideraciones hechas hasta ahora una nueva dimensión, un nuevo criterio de comprensión e interpretación, que llamaremos "hermenéutica del don". La dimensión del don decide sobre la verdad esencial y sobre la profundidad del significado de la originaria soledad-unidad-desnudez. Ella está también en el corazón mismo de la creación, que nos permite construir la teología del cuerpo "desde el principio", pero exige, al mismo tiempo, que la construyamos de este modo.

3. La palabra "creó", en labios de Cristo, contiene la misma verdad que encontramos en el libro del Génesis. El primer relato de la creación repite varias veces esta palabra, Génesis 1, 1 ("al principio creó Dios los cielos y la tierra") hasta el Génesis 1, 27 ("creó Dios al hombre a imagen suya")[2]. Dios se revela a Sí mismo sobre todo como Creador. Cristo se remite a esa revelación fundamental contenida en el libro del Génesis. El concepto de creación tiene en él toda su profundidad no sólo metafísica, sino también teológica. Creador es el que "llama a la existencia de la nada", y el que establece en la existencia al mundo y al hombre en el mundo porque El "es amor" (1 Jn 4, 8). A decir verdad, no encontramos esta palabra amor (Dios es amor) en el relato de la creación; sin embargo, este relato repite frecuentemente: "vio Dios cuanto había hecho y era muy bueno". A través de estas palabras somos llamados a entrever en el amor el motivo divino de la creación, como la fuente de la que brota: efectivamente, sólo el amor da comienzo al bien y se complace en el bien (cf. 1 Cor 13). Por esto, la creación, como obra de Dios, significa no sólo llamar de la nada a la existencia y establecer la existencia del mundo y del hombre en el mundo, sino que significa también, según la primera narración "beresit bara", donación: una donación fundamental y "radical", es decir, una donación en la que el don surge precisamente de la nada.

4. La lectura de los primeros capítulos del libro del Génesis nos introduce en el misterio de la creación, esto es, del comienzo del mundo por voluntad de Dios, que es omnipotencia y amor. En consecuencia, toda criatura lleva en sí el signo del don originario y fundamental.

Sin embargo, al mismo tiempo, el concepto "donar" no puede referirse a un nada. Ese concepto indica al que da y al que recibe el don, y también la relación que se establece entre ellos. Ahora, esta relación surge del relato de la creación en el momento mismo de la creación del hombre. Esta relación se manifiesta sobre todo por la expresión: "Dios creó al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó" (Gén 1, 27). En el relato de la creación del mundo visible el donar tiene sentido sólo respecto al hombre. En toda la obra de la creación, sólo de él se puede decir que ha sido gratificado por un don: el mundo visible ha sido creado "para él". El relato bíblico de la creación nos ofrece motivos suficientes para esta comprensión e interpretación: la creación es un don, porque en ella aparece el hombre que, como "imagen de Dios", es capaz de comprender el sentido mismo del don en la llamada de la nada a la existencia. Y es capaz de responder al Creador con el lenguaje de esta comprensión. Al interpretar con este lenguaje el relato de la creación, se puede deducir de él que ella constituye el don fundamental y originario: el hombre aparece como el que ha recibido en don el mundo, y viceversa, puede decirse también que el mundo ha recibido en don al hombre.

Al llegar aquí, debemos interrumpir nuestro análisis. Lo que hemos dicho hasta ahora está en relación estrechísima con toda la problemática antropológica del "principio". El hombre aparece allí como "creado", esto es, como el que, en medio del "mundo", ha recibido en don a otro hombre. Y precisamente esta dimensión del don debemos someterla a continuación a un análisis profundo, para comprender también el significado del cuerpo humano en su justa medida. Esto será el objeto de nuestras próximas meditaciones.

Leer más...