Matrimonio II > Génesis II > La unión conyugal según el libro del Génesis


JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 26 de marzo de 1980
Basílica de San Pedro


La unión conyugal según el libro del Génesis

1. Está llegando a su fin el ciclo de reflexiones con que hemos tratado de seguir la llamada de Cristo, que nos trasmite Mateo (19, 3-9) y Marcos (10, 1. 12): "¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo varón y mujer? Y dijo: Por esto dejará el hombre al padre y a la madre y se unirá a la mujer y serán los dos una sola carne" (Mt 19, 4-5). La unión conyugal, en el libro del Génesis, se define como "conocimiento": "Conoció el hombre a su mujer, que concibió y parió... diciendo: He alcanzado de Yahvé un varón" (Gén 4, 1). Hemos intentado ya, en nuestras meditaciones precedentes, hacer luz sobre el contenido de ese "conocimiento" bíblico. Con él, el hombre, varón-mujer, no sólo da el propio nombre a los otros seres vivientes (animalia), tomando así posesión de ellos, sino que "conoce" en el sentido del Génesis 4, 1 (y de otros pasajes de la Biblia), esto es, realiza lo que la palabra "hombre" expresa: realiza la humanidad en el nuevo hombre engendrado. En cierto sentido, pues, se realiza a sí mismo, es decir, al hombre-persona.

2. De este modo se cierra el ciclo bíblico de "conocimiento-generación". Este ciclo del "conocimiento" está constituido por la unión de las personas en el amor, que les permite unirse tan estrechamente entre sí, que se convierten en una sola carne. El libro del Génesis nos revela plenamente la verdad de este ciclo. El hombre, varón y mujer, que, mediante el "conocimiento" del que habla la Biblia, concibe y engendra un ser nuevo, semejante a él, al que puede llamar "hombre" ("he alcanzado un hombre") toma, por decirlo así, posesión de la misma humanidad, o mejor, la vuelve a tomar en posesión. Sin embargo, esto sucede de modo diverso de como había tomado posesión de los otros seres vivientes (animalia), cuando les había impuesto el nombre. Efectivamente, entonces él se había convertido en su señor, había comenzado a realizar el contenido del mandato del Creador: "Someted la tierra y dominadla" (cf. Gén 1, 28).

3. En cambio, la primera parte de este mandato: "Procread y multiplicaos, y henchid la tierra" (Gén 1, 28), encierra otro contenido e indica otro componente. El varón y la mujer en este "conocimiento", con el que dan comienzo a un ser semejante a ellos, del que pueden decir juntos que "es carne de mi carne y hueso de mis huesos" (Gén 2, 24), son como "arrebatados" juntos, juntamente tomados ambos en posesión por la humanidad que ellos, en la unión y en el "conocimiento" recíproco, quieren expresar de nuevo, tomar posesión de nuevo, recabándola de sí mismos, de la propia humanidad, de la admirable madurez masculina y femenina de sus cuerpos, y finalmente -a través de toda la serie de concepciones y generaciones humanas desde el principio- del misterio mismo de la creación.

4. En este sentido, se puede explicar el "conocimiento" bíblico como "posesión".¿Es posible ver en él algún equivalente bíblico de "eros"?, Se trata aquí de dos ámbitos del concepto, de dos lenguajes: bíblico y platónico; sólo con gran cautela se pueden interpretar el uno con el otro [1]. En cambio, parece que en la revelación originaria no está presente la idea de posesión de la mujer como de un objeto, por parte del varón o viceversa. Pero, por otra parte, es sabido que, a causa del estado pecaminoso contraído después del pecado original, varón y mujer deben reconstruir con fatiga el significado de recíproco don desinteresado. Este será el tema de nuestros análisis ulteriores.

5. La revelación del cuerpo, contenida en el libro del Génesis, particularmente en el capítulo 3, demuestra con evidencia impresionante que el ciclo del "conocimiento- generación", tan profundamente arraigado en la potencialidad del cuerpo humano, fue sometido, después del pecado, a la ley del sufrimiento y de la muerte. Dios-Yahvé dice a la mujer: "Multiplicaré los trabajos de tus preñeces, parirás con dolor los hijos" (Gén 3, 16). El horizonte de la muerte se abre ante el hombre, juntamente con la revelación del significado generador del cuerpo en el acto recíproco de "conocimiento" de los cónyuges. Y he aquí que el primer hombre, varón, impone a su mujer el nombre de Eva, "por ser la madre de todos los vivientes" (Gén 3, 20), cuando ya había escuchado él las palabras de la sentencia, que determinaba toda la perspectiva de la existencia humana "desde dentro" del conocimiento del bien y del mal. Esta perspectiva es confirmada por las palabras; "Volverás a la tierra, pues de ella has sido tomado; ya que eres polvo y al polvo volverás" (Gén 3, 19).

El carácter radical de esta sentencia está confirmado por la evidencia de las experiencias de toda la historia terrena del hombre. El horizonte de la muerte se extiende sobre toda la perspectiva de la vida humana en la tierra, vida que está inserta en ese originario ciclo bíblico del "conocimiento-generación". El hombre que ha quebrantado la alianza con su Creador, tomando el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, es separado por Dios Yahvé del árbol de la vida: "Que no vaya a tender ahora su mano al árbol de la vida, y comiendo de él, viva para siempre" (Gén 3, 22). De este modo, la vida dada al hombre en el misterio de la creación no se le ha quitado, sino restringido por los límites de las concepciones, nacimientos y muerte, y además se le ha agravado por la perspectiva del estado pecaminoso hereditario; pero, en cierto sentido, se le da de nuevo como tarea en el mismo ciclo siempre repetido. La frase: "Adán se unió ("conoció") a Eva, su mujer, que concibió y parió" (Gén 4, 1), es como un sello impreso en la revelación originaria del cuerpo al "principio" mismo de la historia del hombre sobre la tierra. Esta historia se forma siempre de nuevo en su dimensión más fundamental casi desde el "principio", mediante el mismo "conocimiento-generación" de que habla el libro del Génesis.

6. Y así cada hombre lleva en sí el misterio de su "principio" íntimamente unido al conocimiento del significado generador del cuerpo. El Génesis 4, 1-2 parece silenciar el tema de la relación que media entre el significado generador y el significado esponsalicio del cuerpo. Quizá no es todavía tiempo ni lugar para aclarar esta relación, aún cuando esto parece indispensable en análisis ulteriores. Será necesario, pues, hacer nuevamente las preguntas vinculadas a la aparición de la vergüenza en el hombre, vergüenza de su masculinidad y de su feminidad, antes no experimentada. Sin embargo, en este momento pasa a segundo plano. En cambio, permanece en primer plano el hecho de que "Adán se unió ("conoció) a Eva, su mujer, que concibió y parió". Este es precisamente el umbral de la historia del hombre. Es su "principio" en la tierra. El hombre, como varón y mujer, está en este umbral con la conciencia del significado generador del propio cuerpo: la masculinidad encierra en sí el significado de la paternidad, y la feminidad el de la maternidad. En nombre de este significado, Cristo dará un día su respuesta categórica a los fariseos (cf. Mt 19; Mc 10). Nosotros, en cambio, penetrando en el contenido sencillo de esta respuesta, tratamos de aclarar el contexto de ese "principio", al que se refirió Cristo. En él hunde sus raíces la teología del cuerpo.

7. La conciencia del significado del cuerpo y la conciencia de su significado generador están relacionadas, en el hombre, con la conciencia de la muerte, cuyo inevitable horizonte llevan consigo, por así decirlo. Sin embargo, siempre retorna en la historia del hombre el ciclo "conocimiento-generación", en el que la vida lucha, siempre de nuevo, con la inexorable perspectiva de la muerte, y la supera siempre. Es como si la razón de esta inflexibilidad de la vida, que se manifiesta en la "generación" fuese siempre el mismo "conocimiento", con que el hombre supera la soledad del propio ser y, más aún, se decide de nuevo a afirmar este ser en "otro". Y ambos, varón y mujer, lo afirman en el nuevo hombre engendrado. En esta afirmación, el "conocimiento" bíblico parece adquirir una dimensión todavía mayor. Esto es, parece insertarse en esa "visión" de Dios mismo, con la que termina el primer relato de la creación del hombre sobre el "varón" y la "mujer" hechos "a imagen de Dios": "Vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho" (Gén 1, 31). El hombre, a pesar de todas las experiencias de la propia vida, a pesar de los sufrimientos, de las desilusiones de sí mismo, de su estado pecaminoso, y a pesar, finalmente, de la perspectiva inevitable de la muerte, pone siempre de nuevo, sin embargo, el "conocimiento" al "comienzo" de la "generación"; él así parece participar en esa primera "visión" de Dios mismo: Dios Creador "vio..., y he aquí que era todo muy bueno". Y, siempre de nuevo, confirma la verdad de estas palabras.



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Notas

[1] Según Platón, el "eros" es el amor sediento de la Belleza trascendente y expresa la insaciabilidad que tiende a su objeto eterno; él, pues, eleva siempre lo que es humano hacia lo divino, que es lo único en condición de saciar la nostalgia del alma prisionera en la materia; es un amor que no retrocede ante el más grande esfuerzo, para alcanzar el éxtasis de la unión; por lo tanto es un amor egocéntrico, es ansia, aunque dirigida hacia valores sublimes (cf. A. Nygren, Erôs et Agapé, París 1951, vol. II, págs. 9-10).

A lo largo de los siglos, a través de muchas transformaciones, el significado del "eros" ha sido rebajado a las connotaciones meramente sexuales. Es característico, a este propósito, el texto del p. Chauchaurd, que parece incluso negar al "eros" las características del amor humano: "La cérébralisation de la sexualité ne réside pas dans les trucs techniques ennuyeux, mais dans la pleine reconnaissance de sa spiritiualité, du fait qu'Eros n'est humain qu'animé par Agapé e qu'Agapé exige l'incarnation dans Erôs" (p. Chauchaurd, Vices des vertus, vertus des vices, París 1963, pág. 147).

La comparación del "conocimiento" bíblico con el "eros" platónico revela la divergencia de estas dos concepciones. La concepción platónica se basa en la nostalgia de la Belleza trascendente y en la huida de la materia; la concepción bíblica, en cambio, se dirige hacia la realidad concreta, y le resulta ajeno el dualismo del espíritu y la materia como también la específica hostilidad hacia la materia ("Y vio Dios que era bueno" Gén 1, 10. 12. 18. 21. 25).

Así como el concepto platónico de "eros" sobrepasa el alcance bíblico del "conocimiento" humano, el concepto contemporáneo parece demasiado restringido. El "conocimiento" bíblico no se limita a satisfacer el instinto o el goce hedonista, sino que es un acto plenamente humano, dirigido conscientemente hacia la procreación, y es también expresión del amor interpersonal (cf. Gén 29, 20; 1 Sam, 8; 2 Sam 12, 24).

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Matrimonio II > Génesis II > Dignidad de la generación humana


JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 12 de marzo de 1980
Sala Pablo VI


Dignidad de la generación humana

1. En la meditación precedente sometimos a análisis la frase del Génesis 4, 1 y, en particular, el término "conoció", utilizado en el texto original para definir la unión conyugal. También pusimos de relieve que este "conocimiento" bíblico establece una especie de arquetipo [1] personal de la corporeidad y sexualidad humana. Esto parece absolutamente fundamental para comprender al hombre, que desde el "principio" busca el significado del propio cuerpo. Este significado está en la base de la misma teología del cuerpo. El término "conoció" - "se unió" (Gén 4, 1-2) sintetiza toda la densidad del texto bíblico analizado hasta ahora. El "hombre" que, según el Génesis 4, 1, "conoce" por primera vez a la mujer, su mujer, en el acto de la unión conyugal, es en efecto el mismo que, al poner nombre, es decir, "al conocer" también, se ha "diferenciado" de todo el mundo de los seres vivientes o animalia, afirmándose a sí mismo como persona y sujeto. El "conocimiento", de que habla el Génesis 4, 1, no lo aleja ni puede alejarlo del nivel de ese primordial y fundamental autoconocimiento. Por lo tanto -diga lo que diga sobre esto una mentalidad unilateralmente "naturalista"-, en el Génesis 4, 1, no puede tratarse de una mera aceptación pasiva de la propia determinación por parte del cuerpo y del sexo, precisamente porque se trata de "conocimiento".

Es, en cambio, un descubrimiento ulterior del significado del propio cuerpo, descubrimiento común y recíproco, así como común y recíproca es desde el principio la existencia del hombre a quien "Dios creo varón y mujer". El conocimiento que estaba en la base de la soledad originaria del hombre, está ahora en la base de esta unidad del varón y la mujer, cuya perspectiva clara ha sido puesta por el Creador en el misterio mismo de la creación (cf. Gén 1, 27; 2, 23). En este "conocimiento" el hombre confirma el significado del nombre "Eva", dado a su mujer, "por ser la madre de todos los vivientes"(Gén 3, 20).

2. Según el Génesis 4, 1, aquel que conoce es el varón, y la que es conocida es la mujer- esposa, como si la determinación específica de la mujer, a través del propio cuerpo y sexo, escondiese lo que constituye la profundidad misma de su feminidad. En cambio, el varón fue el primero que -después del pecado- sintió la vergüenza de su desnudez, y el primero que dijo: "He tenido miedo, porque estaba desnudo, y me escondí" (Gén 3, 10). Será necesario volver todavía por separado al estado de ánimo de ambos después de perder la inocencia originaria. Pero ya desde ahora es necesario constatar que en el "conocimiento", de que habla el Génesis 4, 1, el misterio de la feminidad se manifiesta y se revela hasta el fondo mediante la maternidad, como dice el texto: "la cual concibió y parió". La mujer está ante el hombre como madre, sujeto de la nueva vida humana que se concibe y se desarrolla en ella, y de ella nace al mundo. Así se revela también hasta el fondo el misterio de la masculinidad del hombre, es decir, el significado generador y "paterno" de su cuerpo [2].

3. La teología del cuerpo, contenida en el libro del Génesis, es concisa y parca en palabras. Al mismo tiempo, encuentran allí expresión contenidos fundamentales, en cierto sentido primarios y definitivos. Se encuentran todos a su modo en ese "conocimiento" bíblico. La constitución de la mujer es diferente respecto al varón; más aún, hoy sabemos que es diferente hasta en sus determinaciones bio-fisiológicas más profundas. Se manifiesta exteriormente sólo en cierta medida, en la estructura y en la forma de su cuerpo. La maternidad manifiesta esta constitución interiormente, como particular potencialidad del organismo femenino, que con peculiaridad creadora sirve a la concepción y a la generación del ser humano, con el concurso del varón. El "conocimiento" condiciona la generación.

La generación es una perspectiva, que el varón y la mujer insertan en su recíproco conocimiento. Por lo cual éste sobrepasa los límites de sujeto-objeto, cual varón y mujer parecen ser mutuamente, dado que el "conocimiento" indica, por una parte, a aquel que "conoce", y por otra, a la que "es conocida" (o viceversa). En este "conocimiento" se encierra también la consumación del matrimonio, el específico consummatum; así se obtiene el logro de la "objetividad" del cuerpo, escondida en las potencialidades somáticas del varón y de la mujer, y a la vez el logro de la objetividad del varón que "es" este cuerpo. Mediante el cuerpo, la persona humana es "marido" y "mujer"; simultáneamente, en este particular acto de "conocimiento", realizado por la feminidad y masculinidad personales, parece alcanzarse también el descubrimiento de la "pura" subjetividad del don: es decir, la mutua realización de sí en el don.

4. Ciertamente, la procreación hace que "el varón y la mujer (su esposa)" se conozcan recíprocamente en el "tercero" que trae su origen de los dos. Por eso, ese "conocimiento" se convierte en un descubrimiento, a su manera, en una revelación del nuevo hombre, en el que ambos, varón y mujer, se reconocen también a sí mismos, su humanidad, su imagen viva. En todo esto que está determinado por ambos a través del cuerpo y del sexo, el "conocimiento" inscribe un contenido vivo y real. Por tanto, el "conocimiento" en sentido bíblico significa que la determinación "biológica" del hombre, por parte de su cuerpo y sexo, deja de ser algo pasivo, y alcanza un nivel y un contenido específicos para las personas autoconscientes y autodeterminantes: comporta, pues, una conciencia particular del significado del cuerpo humano, vinculada a la paternidad y a la maternidad.

5. Toda la constitución del cuerpo de la mujer, su aspecto particular, las cualidades que con la fuerza de un atractivo permanente están al comienzo del "conocimiento", de que habla el Génesis 4, 12 ("Adán se unió a Eva, su mujer"), están en unión estrecha con la maternidad. La Biblia (y después la liturgia) con la sencillez que le es característica, honra y alaba a lo largo de los siglos "el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron" (Lc 11, 2). Estas palabras constituyen un elogio de la maternidad, de la feminidad, del cuerpo femenino en su expresión típica del amor creador. Y son palabras que en el Evangelio se refieren a la Madre de Cristo, María, segunda Eva. En cambio, la primera mujer, en el momento en que se reveló por primera vez la madurez materna en su cuerpo, cuando "concibió y parió", dijo: "He alcanzado de Yahvé un varón" (Gén 4, 1).

6. Estas palabras expresan toda la profundidad teológica de la función de generar- procrear. El cuerpo de la mujer se convierte en el lugar de la concepción del nuevo hombre [3]. En su seno el hombre concebido toma su propio aspecto humano, antes de venir al mundo. La homogeneidad somática del varón y de la mujer, que encontró expresión primera en las palabras: "Es carne de mi carne, y hueso de mis huesos" (Gén 2, 23), está confirmada a su vez por las palabras de la primera mujer-madre: "He alcanzado un varón". La primera mujer parturiente tiene plena conciencia del misterio de la creación, que se renueva en la generación humana. Tiene también plena conciencia de la participación humana, obra de ella y de su marido, puesto que dice: "He alcanzado de Yahvé un varón".

No puede haber confusión alguna entre las esferas de acción de las causas. Los primeros padres transmiten a todos los padres humanos -también después el pecado, juntamente, con el fruto del árbol del bien y del mal y como en el umbral de todas las experiencias "históricas"- la verdad fundamental acerca del nacimiento del hombre a imagen de Dios, según las leyes naturales. Este nuevo hombre nacido de la mujer-madre por obra del varón- padre reproduce cada vez la misma "imagen de Dios", de ese Dios que ha constituido la humanidad del primer hombre: "Creó Dios al hombre a imagen suya..., varón y mujer los creó" (Gén 1, 27).

7. Aunque existen profundas diferencias entre el estado de inocencia originaria y el estado pecaminoso heredado del hombre, esa "imagen de Dios" constituye una base de continuidad y de unidad. El "conocimiento" de que habla el Génesis 4, 1, es el acto que origina el ser, o sea, en unión con el Creador, establece un nuevo hombre en su existencia. El primer hombre, en su soledad trascendental, tomó posesión del mundo visible, creado para él, conociendo e imponiendo nombre a los seres vivientes (animalia). El mismo "hombre", como varón y mujer, al conocerse recíprocamente en esta específica comunidad-comunión de personas, en la que el varón y la mujer se unen tan estrechamente entre sí que se convierten en "una sola carne", constituye la humanidad, es decir, confirma y renueva la existencia del hombre como imagen de Dios. Cada vez ambos, varón y mujer, renuevan, por decirlo así, esta imagen del misterio de la creación y la transmiten "con la ayuda de Dios-Yahvé".

Las palabras del libro del Génesis, que son un testimonio del primer nacimiento del hombre sobre la tierra, encierran en sí, al mismo tiempo, todo lo que se puede y se debe decir de la dignidad de la generación humana.



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Notas

[1] En cuanto a los arquetipos, C. G. Jung los describe como formas "a priori" de varias funciones del alma: percepción de relación, fantasía creativa. Las formas se llenan de contenido con materiales de la experiencia. No son inertes, sino que están cargadas de sentimiento y de tendencia (véase sobre todo: Die psychologischen Aspekte des Mutterrarchetypus, Eranos 6, 1938, págs. 405-409).

Según esta concepción, se puede encontrar un arquetipo en la mutua relación varón-mujer, relación que se basa en la realización binaria y complementaria del ser humano en dos sexos. El arquetipo se llenará de contenido mediante la experiencia individual y colectiva, puede poner en movimiento a la fantasía creadora de imágenes. Sería necesario precisar que el arquetipo: a) no se limita ni se exalta en la relación física, sino que incluye la relación del "conocer"; b) está cargado de tendencia: deseo-temor, don-posesión; c) el arquetipo, como proto- imagen ("Urbild") es generador de imágenes ("Bilder").

El tercer aspecto nos permite pasar a la heremenéutica, en concreto a la de textos de la escritura y de la Tradición. El lenguaje religioso primario es simbólico (cf. W. Stahlin, Symbolon, 1958; I. Macquarrie, God Talk, 1968; T. Fawcett, The Symbolic Language of Religion, 1970). Entre los símbolos él prefiere algunos radicales o ejemplares, que podríamos llamar arquetipales. Ahora bien, entre los de la Biblia usa el de la relación conyugal, concretamente al nivel del "conocer" descrito.

Uno de los primeros poemas bíblicos, que aplica el arquetipo conyugal a las relaciones de Dios con su Pueblo, culmina en el verbo comentado: "Conocerás al Señor" (Os 2, 22; weyadacta 'et Yhwh; atenuado en "Conocerá que yo soy el Señor - wydet ky 'ny Yhwh: Is 49, 23; 60, 16; Ez 16, 62, que son los tres poemas conyugales). De aquí parte una tradición literaria, que culminará en la aplicación paulina de Ef 5 a Cristo y a la Iglesia; luego pasará a la tradición patrística y a la de los grandes místicos (por ejemplo, "Llama de amor viva", de San Juan de la Cruz.

En el tratado Grundzüge der Literatur -und Sprach- wissenschaft, vol. I, Munich 1976, 4 ed., pág 462, se definen así los arquetipos: "Imágenes y motivos arcaicos, que según Jung, forman el contenido del inconsciente colectivo común a todos los hombres; presentan símbolos, que en todos los tiempos y en todos los pueblos hacen vivo de manera imaginaria lo que para la humanidad es decisivo en cuanto a ideas, representaciones e instintos".

Freud, a lo que parece, no utiliza el concepto de arquetipo. Establece un símbolo o código de correspondencias fijas entre imágenes presentes-patentes y pensamientos latentes. El sentido de los símbolos es fijo, aun cuando no único; pueden ser reducibles a un pensamiento último irreducible a su vez, que suele ser alguna experiencia de la infancia. Estos son primarios y de carácter sexual (pero no los llama arquetipos). Véase T. Todorov, Théories du symbol, París, 1977, págs. 317 ss.; además, J. Jacoby, Komplex, Archetyp, Symbol in der Psycologie C. G. Jungs, Zurich, 1957.

[2] La paternidad es uno de los aspectos de la humanidad más puestos de relieve en la Sagrada Escritura.

El texto del Gén 5, 3: "Adán... engendró un hijo a su imagen y semejanza", se une explícitamente al relato de la creación del hombre (Gén 1, 27; 5, 1) y parece atribuir al padre terrestre la participación en la obra divina de transmitir la vida, y quizá también en esa alegría presente en la afirmación: "y vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho" (Gén 1, 31).

[3] Según el texto del Gén 1, 26, la "llamada" a la existencia es al mismo tiempo transmisión de la imagen y semejanza divina. El hombre debe proceder a transmitir esta imagen, continuando así la obra de Dios. El relato de la generación de Set subraya este aspecto: "Adán tenía 130 años cuando engendró un hijo a su imagen y semejanza" (Gén 5, 3).

Dado que Adán y Eva eran imagen de Dios, Set hereda de sus padres esta semejanza para transmitirla a los otros.

Pero en la Sagrada Escritura toda vocación está unida a una misión; la llamada, pues, a la existencia es ya predestinación a la obra de Dios:

"Antes que te formara en el vientre te conocí, antes de que tú salieses del seno materno te consagré (Jer 1, 5; cf. también Is 44, 1; 49, 1. 5).

Dios es Aquel que no sólo llama a la existencia, sino que sostiene y desarrolla la vida desde el primer momento de la concepción:

"Tú eres quien me sacó del vientre, me tenías confiado en el pencho de mi madre; desde el seno pasé a tus manos, desde el vientre materno Tú eres mi Dios" (Sal 22, 10. 11; cf. Sal 139, 13-15).

La atención del autor bíblico se centra en el hecho mismo del don de la vida. El interés por el modo en que esto sucede, es más bien secundario y sólo aparece en los libros posteriores (cf. Job 10, 8. 11; Mac 7, 22-23; Sab 7, 1-3).

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Matrimonio II > Génesis II > El significado bíblico del "conocimiento" en la convivencia matrimonial


JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 5 de marzo de 1980
Sala Pablo VI


El significado bíblico del "conocimiento" en la convivencia matrimonial

1. Al conjunto de nuestros análisis, dedicados al "principio" bíblico, deseamos añadir todavía un breve pasaje tomado del capítulo IV del libro del Génesis. Sin embargo, a este fin es necesario referirse siempre a las palabras que pronunció Cristo en la conversación con los fariseos (cf. Mt 19 y Mc 10) [1], en el ámbito de las cuales se desarrollan nuestras reflexiones; éstas miran al contexto de la existencia humana, según las cuales la muerte y la consiguiente destrucción del cuerpo (ateniéndose a ese: "al polvo volverás, del Gén 3, 19) se han convertido en la suerte común del hombre. Cristo se refiere al "principio", a la dimensión originaria del misterio de la creación, en cuanto que esta dimensión ya había sido rota por el mysterium iniquitatis, esto es, por el pecado y, juntamente con él, también por la muerte: mysterium mortis. El pecado y la muerte entraron en la historia del hombre, en cierto modo, a través del corazón mismo de esa unidad, que desde el "principio" estaba formada por el hombre y por la mujer, creados y llamados a convertirse en "una sola carne" (Gén 2, 24). Ya al comienzo de nuestras meditaciones hemos constatado que Cristo, al remitirse al "principio", nos lleva, en cierto modo, más allá del límite del estado pecaminoso hereditario del hombre hasta su inocencia originaria; él nos permite encontrar así la continuidad y el vínculo que existe entre estas dos situaciones, mediante las cuales se ha producido el drama de los orígenes y también la revelación del misterio del hombre al hombre histórico.

Esto, por decirlo así, nos autoriza a pasar, después de los análisis que miran al estado de inocencia originaria, al último de ellos, es decir, al análisis del "conocimiento y de la generación".
Temáticamente está íntimamente unido a la bendición de la fecundidad, inserta en el primer relato de la creación del hombre como varón y mujer (cf. Gén 1, 27-28). En cambio, históricamente ya está inserta en ese horizonte de pecado y de muerte que, como enseña el libro del Génesis (cf. Gén 3) ha gravado sobre la conciencia del significado del cuerpo humano, junto con la transgresión de la primera Alianza con el Creador.

2. En el Génesis 4, y todavía, pues, en el ámbito del texto yahvista, leemos: "Conoció el hombre a su mujer, que concibió y parió a Caín, diciendo: 'He alcanzado de Yahvé un varón'. Volvió a parir, y tuvo a Abel, su hermano" (Gén 4, 12). Si conectamos con el "conocimiento" ese primer hecho del nacimiento de un hombre en la tierra, lo hacemos basándonos en la traducción literal del texto, según el cual la "unión" conyugal se define precisamente como "conocimiento". De hecho, la traducción citada dice así: "Adán se unió a Eva su mujer", mientras que a la letra se debería traducir: "conoció a su mujer", lo que parece corresponder más adecuadamente al término semítico jadac [2]. Se puede ver en esto un signo de pobreza de la lengua arcaica, a la que faltaban varias expresiones para definir hechos diferenciados. No obstante, es significativo que la situación, en la que marido y mujer se unen tan íntimamente entre sí que forman "una sola carne", se defina un "conocimiento". Efectivamente, de este modo, de la misma pobreza del lenguaje parece emerger una profundidad específica de significado, que se deriva precisamente de todos los significados analizados hasta ahora.

3. Evidentemente, esto es también importante en cuanto al "arquetipo" de nuestro modo de considerar al hombre corpóreo, su masculinidad y su feminidad, y por tanto su sexo. Efectivamente, así a través del término "conocimiento", utilizado en el Gén 4, 1-2 y frecuentemente en la Biblia, la relación conyugal del hombre y la mujer, es decir, el hecho de que, a través de la dualidad del sexo, se conviertan en una "sola carne", ha sido elevado e introducido en la dimensión específica de las personas. El Génesis 4, 1-2 habla sólo del "conocimiento" de la mujer por parte del hombre, como para subrayar sobre todo la actividad de este último. Pero se puede hablar también de la reciprocidad de este "conocimiento", en el que hombre y mujer participan mediante su cuerpo y su sexo. Añadamos que una serie de sucesivos textos bíblicos, como, por lo demás, el mismo capítulo del Génesis (cf. por ejemplo, Gén 4, 17; 4, 25), hablan con el mismo lenguaje. Y esto hasta en las palabras que dijo María de Nazaret en la Anunciación: "¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón?" (Lc 1, 34).

4. Así, con este bíblico "conoció", que aparece por primera vez en el Gén 4, 1-2, por una parte nos encontramos frente a la directa expresión de la intención humana (porque es propia del conocimiento) y, por otra, frente a toda la realidad de la convivencia y de la unión conyugal, en la que el hombre y la mujer se convierten en una "sola carne". Al hablar aquí de "conocimiento", aunque sea a causa de la pobreza de la lengua, la Biblia indica la esencia más profunda de la realidad de la convivencia matrimonial. Esta esencia aparece como un componente y a la vez como un resultado de esos significados, cuya huella tratamos de seguir desde el comienzo del estudio; efectivamente, forma parte de la conciencia del significado del propio cuerpo. Simultáneamente se convierten así como en el único sujeto de ese acto y de esa experiencia, aún siendo, en esta unidad, dos sujetos realmente diversos. Lo que nos autoriza, en cierto sentido, a afirmar que "el marido conoce a la mujer", o también, que ambos "se conocen" recíprocamente. Se revelan, pues, el uno a la otra, con esa específica profundidad del propio "yo" humano, que se revela precisamente también mediante su sexo, su masculinidad y feminidad. Y entonces, de manera singular, la mujer "es dada" al hombre de modo cognoscitivo, y él a ella.

5. Si debemos mantener la continuidad respecto a los análisis hechos hasta ahora (particularmente respecto a los últimos, que interpretan al hombre en la dimensión del don), es necesario observar que, según el libro del Génesis, datum y donum son equivalentes.

Sin embargo, el Génesis 4, 1-2 acentúa sobre todo el datum. En el "conocimiento" conyugal, la mujer "es dada" al hombre y él a ella, porque el cuerpo y el sexo entran directamente en la estructura y en el contenido mismo de este "conocimiento". Así, pues, la realidad de la unión conyugal, en la que el hombre y la mujer se convierten en "una sola carne", contiene en sí un descubrimiento nuevo y, en cierto sentido, definitivo del significado del cuerpo humano en su masculinidad y feminidad. Pero, a propósito de este descubrimiento, ¿es justo hablar de "convivencia sexual"?. Es necesario tener en cuenta que cada uno de ellos, hombre y mujer, no es sólo un objeto pasivo definido por el propio cuerpo y sexo, y de este modo determinado "por la naturaleza". Al contrario, precisamente por el hecho de ser varón y mujer, cada uno de ellos es "dado" al otro como sujeto único e irrepetible, como "yo" como persona. El sexo decide no sólo la individualidad somática del hombre, sino que define al mismo tiempo su personal identidad y ser concreto. Y precisamente en esta personal identidad y ser concreto, como irrepetible "yo" femenino- masculino, el hombre es "conocido" cuando se verifican las palabras del Génesis 2, 24: "El hombre... se unirá a su mujer y los dos vendrán a ser una sola carne". El "conocimiento" de que habla el Génesis 4, 1-2 y todos los textos sucesivos de la Biblia, llega a las raíces más íntimas de esta identidad y ser concreto, que el hombre y la mujer deben a su sexo. Este ser concreto significa tanto la unicidad como la irrepetibilidad de la persona.

Valía la pena, pues, reflexionar en la elocuencia del texto bíblico citado y de la palabra "conoció"; a pesar de la aparente falta de precisión terminológica, ello nos permite detenernos en la profundidad y en la dimensión de un concepto, del que frecuentemente nos priva nuestro lenguaje contemporáneo, aún cuando sea muy preciso.




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Notas

[1] Es necesario tener en cuenta que, en la conversación con los fariseos (cf. Mt 19, 7-9; Mc 10, 4-6), Cristo toma posición respecto a la praxis de la ley mosaica acerca del llamado "libelo de repudio". Las palabras: "por la dureza de vuestro corazón", dichas por Cristo, reflejan no sólo "la historia de los corazones", sino también la complejidad de la ley positiva del Antiguo Testamento, que buscaba siempre el "compromiso humano" en este campo tan delicado.

[2] "Conocer" (jadac), en el lenguaje bíblico, no significa solamente un conocimiento meramente intelectual, sino también una experiencia concreta, como, por ejemplo, la experiencia del sufrimiento (cf. Is 53, 3), del pecado (cf. Sab 3, 13), de la guerra y de la paz (cf. Jue 3, 1; Is 59, 8). De esta experiencia nace también el juicio moral: "conocimiento del bien y del mal" (Gén 2, 9-17).

El "conocimiento" entra en el campo de las relaciones interpersonales, cuando mira a la solidaridad de familia (Dt 33, 9) y especialmente las relaciones conyugales. Precisamente refiriéndose al acto conyugal, el término subraya la paternidad de personajes ilustres y el origen de su prole (cf. Gén 4, 25; 4, 17; y Sab 1, 19), como datos válidos para la genealogía, a la que la tradición de los sacerdotes (por herencia de Israel) daba gran importancia.

Pero el "conocimiento" podía significar también todas las otras relaciones sexuales, incluso las ilícitas (cf. Núm 31, 17; Gén 19, 5; Jue 19, 22).

En la forma negativa, el verbo denota la abstención de las relaciones sexuales, especialmente si se trata de vírgenes (cf por ejemplo 1 Re 2, 4; Jue 11, 39). En este campo, el Nuevo Testamento utiliza dos hebraísmos, al hablar de José (cf. Mt 1, 25) y de María (cf. Lc 1, 34).

Adquiere un significado particular el aspecto de la relación existencial del "conocimiento", cuando su sujeto u objeto es Dios mismo (por ejemplo, Sal 139; Jer 31, 34; Os 2, 22; y también Jn 14, 7-9; 17, 3).

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