Matrimonio I > Génesis I > El significado de la unidad originaria del hombre


JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 21 de noviembre de 1979


El significado de la unidad originaria del hombre

1. Recordemos que Cristo, cuando le preguntaron sobre la unidad e indisolubilidad del matrimonio, se remitió a lo que era "al principio". Citó las palabras escritas en los primeros capítulos del Génesis. Tratamos, pues, de penetrar en el sentido propio de estas palabras y de estos capítulos, en el curso de las presentes reflexiones.

El significado de la unidad originaria del hombre, a quien Dios creó "varón y mujer", se obtiene (especialmente a la luz del Génesis 2, 23) conociendo al hombre en todo el conjunto de su ser, esto es, en toda la riqueza de ese misterio de la creación, que está en la base de la antropología teológica. Este conocimiento, es decir, la búsqueda de la identidad humana de aquel que al principio estaba "solo", debe pasar siempre a través de la dualidad, la "comunión". Recordemos el pasaje del Génesis 2, 23: "El hombre exclamó: Esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta se llamará varona, porque del varón ha sido tomada". A la luz de este texto, comprendemos que el conocimiento del hombre pasa a través de la masculinidad y la feminidad, que son dos "encarnaciones" de la misma soledad metafísica, frente a Dios y al mundo —como dos modos de "ser cuerpo" y a la vez hombre, que se complementan recíprocamente—, como dos dimensiones complementarias de la autoconciencia y autodeterminación, y, al mismo tiempo, como dos conciencias complementarias del significado del cuerpo. Así, como ya demuestra el Génesis 2, 23, la feminidad, en cierto sentido, se encuentra a sí misma frente a la masculinidad, mientras que la masculinidad se confirma a través de la feminidad. Precisamente la función del sexo, que, en cierto sentido, es "constitutivo de la persona" (no sólo "atributo de la persona"), demuestra lo profundamente que el hombre, con toda su soledad espiritual, con la unicidad e irrepetibilidad propia de la persona, está constituido por el cuerpo como " él" o "ella". La presencia del elemento femenino junto al masculino y al mismo tiempo que él, tiene el significado de un enriquecimiento para el hombre en toda la perspectiva de la historia, comprendida también la historia de la salvación. Toda esta enseñanza sobre la unidad ha sido expresada ya originariamente en el Génesis 2, 23.

2. La unidad de la que habla el Génesis 2, 24 ("y vendrán a ser los dos una sola carne"), es sin duda la que se expresa y se realiza en el acto conyugal. La formulación bíblica, extremadamente concisa y simple, señala el sexo, feminidad y masculinidad, como esa característica del hombre —varón y mujer— que les permite, cuando se convierten en "una sola carne", someter al mismo tiempo toda su humanidad a la bendición de la fecundidad. Sin embargo, todo el contexto de la formulación lapidaria no nos permite detenernos en la superficie de la sexualidad humana, no nos consiente tratar del cuerpo y del sexo fuera de la dimensión plena del hombre y de la "comunión de las personas", sino que nos obliga a entrever desde el "principio" la plenitud y la profundidad propias de esta unidad, que varón y mujer deben constituir a la luz de la revelación del cuerpo.

Por lo tanto, ante todo, la expresión respectiva que dice: "El hombre... se unirá a su mujer" tan íntimamente que "los dos serán una sola carne", nos induce siempre a dirigirnos a lo que el texto bíblico expresa con anterioridad respecto a la unión en la humanidad, que une a la mujer y al varón en el misterio mismo de la creación. Las palabras del Génesis 2, 23, que acabamos de analizar, explican este concepto de modo particular. El varón y la mujer, uniéndose entre sí (en el acto conyugal) tan íntimamente que se convierten en "una sola carne", descubren de nuevo, por decirlo así, cada vez y de modo especial, el misterio de la creación, retornan así a esa unión en la humanidad, ("carne de mi carne y hueso de mis huesos") que les permite reconocerse recíprocamente y, llamarse por su nombre, como la primera vez. Esto significa revivir, en cierto sentido, el valor originario virginal del hombre, que emerge del misterio de su soledad frente a Dios y en medio del mundo. El hecho de que se conviertan en "una sola carne" es un vínculo potente establecido por el Creador, a través del cual ellos descubren su propia humanidad, tanto en su unidad originaria, como en la dualidad de un misterioso atractivo recíproco. Pero el sexo es algo más que la fuerza misteriosa de la corporeidad humana, que obra casi en virtud del instinto. A nivel del hombre y en la relación recíproca de las personas, el sexo expresa una superación siempre nueva del límite de la soledad del hombre inherente a la constitución de su cuerpo y determina su significado originario. Esta superación lleva siempre consigo una cierta asunción de la soledad del cuerpo del segundo "yo" como propia.

3. Por esto está ligada a la elección. La formulación misma del Génesis 2, 24 indica no sólo que los seres humanos creados como varón y mujer, han sido creados para la unidad, sino también que precisamente esta unidad, a través de la cual se convierten en "una sola carne" tiene desde el principio un carácter de unión que se deriva de una elección. Efectivamente, leemos: "El hombre abandonará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer". Si el hombre pertenece "por naturaleza" al padre y a la madre, en virtud de la generación, en cambio "se une" a la mujer (o al marido) por elección. El texto del Génesis 2, 24 define este carácter del vínculo conyugal con referencia al primer hombre y a la primera mujer, pero al mismo tiempo lo hace también en la perspectiva de todo el futuro terreno del hombre. Por esto, Cristo, en su tiempo, se remitirá a ese texto, de actualidad también en su época. Creados a imagen de Dios, también en cuanto forman una auténtica comunión de personas, el primer hombre y la primera mujer deben constituir el comienzo y el modelo de esa comunión para todos los hombres y mujeres que en cualquier tiempo se unirán tan íntimamente entre sí, que formarán "una sola carne". El cuerpo que, a través de la propia masculinidad o feminidad ayuda a los dos desde el principio ("una ayuda semejante a él") a encontrarse en comunión de personas, se convierte, de modo especial, en el elemento constitutivo de su unión, cuando se hacen marido y mujer. Pero esto se realiza a través de una elección recíproca. Es la elección que establece el pacto conyugal entre las personas [1], que sólo a base de ella se convierten en "una sola carne".

4. Esto corresponde a la estructura de la soledad del hombre, y en concreto a la "soledad de los dos". La elección como expresión de autodeterminación, se apoya sobre el fundamento de esa estructura, es decir, sobre el fundamento de su autoconciencia.

Sólo a base de la propia estructura del hombre, él "es cuerpo" y, a través del cuerpo, es también varón y mujer. Cuando ambos se unen tan íntimamente entre sí que se convierten en "una sola carne", su unión conyugal presupone una conciencia madura del cuerpo. Más aún, comporta una conciencia especial del significado de ese cuerpo en el donarse recíproco de las personas. También en este sentido, Génesis 2, 24 es un texto perspectivo. Efectivamente, demuestra que en cada unión conyugal del hombre y de la mujer se descubre de nuevo la misma conciencia originaria del significado unitivo del cuerpo en su masculinidad y feminidad; con esto el texto bíblico indica, al mismo tiempo, que en cada una de estas uniones se renueva, en cierto modo, el misterio de la creación en toda su profundidad originaria y fuerza vital. "Tomada del hombre" como "carne de su carne", la mujer se convierte a continuación, como "esposa" y a través de su maternidad, en madre de los vivientes (Cf. Gén 3, 20), porque su maternidad tiene su propio origen también en él. La procreación se arraiga en la creación, y cada vez, en cierto modo, reproduce su misterio.

5. A este tema dedicaremos una reflexión especial: "El conocimiento y la procreación". En ella habrá que referirse todavía a otros elementos del texto bíblico. El análisis del significado de la unidad originaria, hecho hasta ahora, demuestra de qué modo "desde el principio" esa unidad del hombre y de la mujer, inherente al misterio de la creación, se da también como un compromiso en la perspectiva de todos los tiempos siguientes.




Notas


[1] "Fundada por el Creador y en posesión de sus propias leyes, la íntima comunidad conyugal de vida y amor se establece sobre la alianza de los cónyuges, sobre su consentimiento personal e irrevocable". (Gaudium et spes, 48).

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Matrimonio I > Génesis I > La unidad originaria del hombre


JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 14 de noviembre de 1979


La unidad originaria del hombre

1. Siguiendo la narración del libro del Génesis, hemos constatado que la creación "definitiva" del hombre consiste en la creación de la unidad de dos seres. Su unidad denota sobre todo la identidad de la naturaleza humana; en cambio, la dualidad manifiesta lo que, a base de tal identidad, constituye la masculinidad y la feminidad del hombre creado. Esta dimensión ontológica de la unidad y de la dualidad tiene, al mismo tiempo, un significado axiológico. Del texto del Génesis 2, 23 y de todo el contexto se deduce claramente que el hombre ha sido creado como un don especial ante Dios ("Y vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho": Gén 1, 31), pero también como un valor especial para el mismo hombre: primero, porque es "hombre"; segundo, porque la "mujer" es para el hombre, y viceversa, el hombre es para la mujer. Mientras el capítulo primero del Génesis expresa este valor de forma puramente teológica, (e indirectamente metafísica), el capítulo segundo, en cambio, revela, por decirlo así, el primer círculo de la experiencia vivida por el hombre como valor. Esta experiencia está ya inscrita en el significado de la soledad originaria, y luego en todo el relato de la creación del hombre como varón y mujer. El conciso texto de Gén 2, 23, que contiene las palabras del primer hombre a la vista de la mujer creada, "tomada de él", puede ser considerado el prototipo bíblico del Cantar de los Cantares. Y si es posible leer impresiones y emociones a través de palabras tan remotas, podríamos aventurarnos también a decir que la profundidad y la fuerza de esta primera y "originaria" emoción del hombre-varón ante la humanidad de la mujer, y al mismo tiempo ante la feminidad del otro ser humano, parece algo único e irrepetible.

2. De este modo, el significado de la unidad originaria del hombre, a través de la masculinidad y la feminidad, se expresa como superación del límite de la soledad, y al mismo tiempo como afirmación —respecto a los dos seres humanos— de todo lo que en la soledad es constitutivo del "hombre". En el relato bíblico, la soledad es camino que lleva a esa unidad, que siguiendo al Vaticano II, podemos definir Communio personarum [1]. Como ya hemos constatado anteriormente, el hombre en su soledad originaria, adquiere una conciencia personal en el proceso de "distinción" de todos los seres vivientes (animalia) y al mismo tiempo, en esta soledad se abre hacia un ser afín a él y que el Génesis (2, 18 y 20) define como "ayuda semejante a él". Esta apertura decide del hombre-persona no menos, al contrario, acaso más aún, que la misma "distinción". La soledad del hombre, en el relato yahvista, se nos presenta no sólo como el primer descubrimiento de la transcendencia característica propia de la persona, sino también como descubrimiento de una relación adecuada "a la" persona, y por lo tanto como apertura y espera de una "comunión de personas".

Aquí se podría emplear el término "comunidad", si no fuese genérico y no tuviese tantos significados. "Comunión" dice más y con mayor precisión, porque indica precisamente esa "ayuda" que, en cierto sentido, se deriva del hecho mismo de existir como persona "junto" a una persona. En el relato bíblico este hecho se convierte eo ipso —de por sí— en la existencia de la persona "para" la persona, dado que el hombre en su soledad originaria, en cierto modo, estaba ya en esta relación. Esto se confirma, en sentido negativo, precisamente por su soledad. Además, la comunión de las personas podía formarse sólo a base de una "doble soledad" del hombre y de la mujer, o sea, como encuentro en su "distinción" del mundo de los seres vivientes (animalia), que daba a ambos la posibilidad de ser y existir en una reciprocidad particular. El concepto de "ayuda" expresa también esta reciprocidad en la existencia, que ningún otro ser viviente podía haber podido asegurar. Para esta reciprocidad era indispensable todo lo que de constitutivo fundaba la soledad de cada uno de ellos, y por tanto también la autoconciencia y la autodeterminación, o sea, la subjetividad y el conocimiento del significado del propio cuerpo.

3. El relato de la creación del hombre, en el capítulo primero, afirma desde el principio y directamente que el hombre ha sido creado a imagen de Dios en cuanto varón y mujer. El relato del capítulo segundo, en cambio, no habla de la "imagen de Dios"; pero revela, a su manera característica, que la creación completa y definitiva del "hombre" (sometido primeramente a la experiencia de la soledad originaria) se expresa en dar vida a esa "communio personarum" que forman el hombre y la mujer. De este modo, el relato yahvista concuerda con el contenido del primer relato. Si, por el contrario, queremos sacar también del relato del texto yahvista el concepto de "imagen de Dios", entonces podemos deducir que el hombre se ha convertido en "imagen y semejanza" de Dios no sólo a través de la propia humanidad, sino también a través de la comunión de las personas, que el hombre y la mujer forman desde el comienzo. La función de la imagen es la de reflejar a quien es el modelo, reproducir el prototipo propio. El hombre se convierte en imagen de Dios no tanto en el momento de la soledad, cuanto en el momento de la comunión. Efectivamente, él es "desde el principio" no sólo imagen en la que se refleja la soledad de una Persona que rige al mundo, sino también y esencialmente, imagen de una inescrutable comunión divina de Personas.

De este modo el segundo relato podría también preparar a comprender el concepto trinitario de la "imagen de Dios", aún cuando ésta aparece sólo en el primer relato. Obviamente esto no carece de significado incluso para la teología del cuerpo, más aún, quizá constituye incluso el aspecto teológico más profundo de todo lo que se puede decir acerca del hombre. En el misterio de la creación —en base a la originaria y constitutiva "soledad" de su ser— el hombre ha sido dotado de una profunda unidad entre lo que en él es masculino humanamente y mediante el cuerpo, y lo que de la misma manera es en él femenino humanamente y mediante el cuerpo. Sobre todo esto, desde el comienzo, descendió la bendición de la fecundidad, unida con la procreación humana (Cf. Gén 1, 28).

4. De este modo, nos encontramos casi en el meollo mismo de la realidad antropológica que se llama "cuerpo". Las palabras del Génesis 2, 23 hablan de él directamente y por vez primera en los términos siguientes: "carne de mi carne y hueso de mis huesos". El hombre-varón pronuncia estas palabras, como si sólo a la vista de la mujer pudiese identificar y llamar por su nombre a lo que en el mundo visible los hace semejantes el uno al otro, y a la vez aquello en que se manifiesta la humanidad. A la luz del análisis precedente de todos los "cuerpos", con los que se ha puesto en contacto el hombre y a los que ha definido conceptualmente poniéndoles nombre ("animalia"), la expresión "carne de mi carne" adquiere precisamente este significado: el cuerpo revela al hombre. Esta fórmula concisa contiene ya todo lo que sobre la estructura del cuerpo como organismo, sobre su vitalidad, sobre su particular fisiología sexual, etc., podrá decir acaso la ciencia humana. En esta expresión primera del hombre-varón "carne de mi carne" se encierra también una referencia a aquello por lo que el cuerpo es auténticamente humano, y por lo tanto a lo que determina al hombre como persona, es decir, como ser que incluso en toda su corporeidad es "semejante" a Dios [2].

5. Nos encontramos, pues, casi en el meollo mismo de la realidad antropológica, cuyo nombre es "cuerpo", cuerpo humano. Sin embargo, como es fácil observar, este meollo no es sólo antropológico, sino también esencialmente teológico. La teología del cuerpo, que desde el principio está unida a la creación del hombre a imagen de Dios, se convierte, en cierto modo, también en teología del sexo, o mejor, teología de la masculinidad y de la feminidad, que aquí, en el libro del Génesis, tiene su punto de partida. El significado originario de la unidad, testimoniada por las palabras del Génesis 2, 24, tendrá amplia y lejana perspectiva en la revelación de Dios. Esta unidad a través del cuerpo ("y los dos serán una sola carne") tiene una dimensión multiforme: una dimensión ética, como se confirma en la respuesta de Cristo a los fariseos en Mt 19 (Mc 10), y también una dimensión sacramental, estrictamente teológica, como se comprueba por las palabras de San Pablo a los Efesios [3], que hace referencia además a la tradición de los Profetas (Oseas, Isaías, Ezequiel). Y es así, porque esa unidad que se realiza a través del cuerpo indica, desde el principio, no sólo el "cuerpo", sino también la comunión "encarnada" de las personas —communio personarum— y exige esta comunión desde el principio. La masculinidad y la feminidad expresan el doble aspecto de la constitución somática del hombre ("esto sí que es carne de mi carne y hueso de mis huesos"), e indican, además, a través de las mismas palabras del Génesis 2, 23, la nueva conciencia del sentido del propio cuerpo: sentido, que se puede decir consiste en un enriquecimiento recíproco. Precisamente esta conciencia, a través de la cual la humanidad se forma de nuevo como comunión de personas, parece constituir el estrato que en el relato de la creación del hombre (y en la revelación del cuerpo contenida en él) es más profundo que la misma estructura somática como varón y mujer. En todo caso, esta estructura se presenta desde el principio con una conciencia profunda de la corporeidad y sexualidad humana, y esto establece una norma inalienable para la comprensión del hombre en el plano teológico.




Notas

[1] "Pero Dios no creó al hombre dejándolo solo; desde el principio "varón y mujer los creó" (Gén 1, 27) y su unión constituye la primera forma de comunión de personas" (Gaudium et spes, 12).

[2] En la concepción de los libros bíblicos más antiguos no aparece la contraposición dualista "alma-cuerpo". Como ya se ha subrayado (cf. nota), se puede hablar más bien de una combinación complementaria "cuerpo-vida". El cuerpo es expresión de la personalidad del hombre, y si no agota plenamente este concepto, es necesario entenderlo en el lenguaje bíblico como "pars pro toto"; cf. por ejemplo: "no es la carne ni la sangre quien esto te ha revelado sino mi Padre..." (Mt 16, 17), es decir: no te lo ha revelado el hombre.

[3] "Nadie aborrece jamás su propia carne, sino que la alimenta y la abriga como Cristo a la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán dos en una carne. Gran misterio es éste, pero entendido de Cristo y de la Iglesia" (Ef 5, 29-32).

Este será el tema de nuestras reflexiones en la parte titulada "El Sacramento".

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Matrimonio I > Génesis I > El relato bíblico de la creación de la mujer


JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 7 de noviembre de 1979


El relato bíblico de la creación de la mujer

1. Las palabras del libro del Génesis:"No es bueno que el hombre esté solo" (Gén 2, 18) son como un preludio al relato de la creación de la mujer. Junto con este relato, el sentido de la soledad originaria entra a formar parte del significado de la unidad originaria, cuyo punto clave parecen ser las palabras del Génesis 2, 24, a las que se remite Cristo en su conversación con los fariseos: "Dejará el hombre al padre y la madre y se unirá a la mujer, y serán los dos una sola carne" (Mt 19, 5). Si Cristo, al referirse al "principio", cita estas palabras, nos conviene precisar el significado de esa unidad originaria, que hunde sus raíces en el hecho de la creación del hombre como varón y mujer.

El relato del capítulo primero del Génesis no toca el problema de la soledad originaria del hombre: efectivamente, el hombre es desde el comienzo "varón y mujer". En cambio, el texto yahvista del capítulo segundo nos autoriza, en cierto modo, a pensar primero solamente en el hombre en cuanto, mediante el cuerpo, pertenece al mundo visible, pero sobrepasándolo; luego, nos hace pensar en el mismo hombre, mas a través de la duplicidad de sexo. La corporeidad y la sexualidad no se identifican completamente. Aunque el cuerpo humano, en su constitución normal, lleva en sí los signos del sexo y sea, por naturaleza, masculino o femenino, sin embargo, el hecho de que el hombre sea "cuerpo" pertenece a la estructura del sujeto personal más profundamente que el hecho de que en su constitución somática sea varón o mujer. Por esto el significado de la soledad originaria, que puede referirse sencillamente al "hombre", es anterior substancialmente al significado de la unidad originaria; en efecto, esta última se basa en la masculinidad y en la feminidad, casi como en dos "encarnaciones" diferentes, esto es, en dos modos de "ser cuerpo" del mismo ser humano, creado "a imagen de Dios" (Gén 1, 27).

2. Siguiendo el texto yahvista, en el cual la creación de la mujer se describe separadamente (Cf. Gén 2, 21-22), debemos tener ante los ojos, al mismo tiempo, esa "imagen de Dios" del primer relato de la creación. El segundo relato conserva, en su lenguaje y estilo, todas las características del texto yahvista. El modo de narrar concuerda con el modo de pensar y de expresarse de la época a la que pertenece el texto. Se puede decir, siguiendo la filosofía contemporánea de la religión y la del lenguaje, que se trata de un lenguaje mítico. Efectivamente, en este caso, el término "mito" no designa un contenido fabuloso, sino sencillamente un modo arcaico de expresar un contenido más profundo. Sin dificultad alguna, bajo el estrato de la narración antigua, descubrimos ese contenido, realmente maravilloso por lo que respecta a las cualidades y a la condensación de las verdades que allí se encierran. Añadamos que el segundo relato de la creación del hombre conserva, hasta cierto punto, una forma de diálogo entre el hombre y Dios-Creador, y esto se manifiesta sobre todo en esa etapa en la que el hombre (adam) es creado definitivamente como varón y mujer (is-'issah) [1]. La creación se realiza casi al mismo tiempo en dos dimensiones: la acción de Dios-Yahvé que crea se desarrolla en correlación al proceso de la conciencia humana.

3. Así, pues, Dios-Yahvé dice: "No es bueno que el hombre esté solo, voy a hacerle una ayuda semejante a él" (Gén 2, 18). Y al mismo tiempo el hombre confirma su propia soledad (Cf. Gén. 2, 20). A continuación leemos: "Hizo, pues, Yahvé Dios caer sobre el hombre un profundo sopor; y, dormido, tomó una de sus costillas, cerrando en su lugar con carne, y de la costilla que del hombre tomara, formó Yahvéh Dios a la mujer" (Gén 2, 21-22). Considerando lo característico del lenguaje, es necesario reconocer ante todo que nos hace pensar mucho ese sopor genesíaco, en el que, por obra de Dios Yahvé, el hombre se sumerge, como en preparación para el nuevo acto creador. En el fondo de la mentalidad contemporánea, habituada -a través del análisis del subconsciente- a unir al mundo del sueño contenidos sexuales, ese sopor puede suscitar una asociación especial [2]. Sin embargo, el relato bíblico parece ir más allá de la dimensión del subconsciente humano. Si se admite, pues, una diversidad significativa de vocabulario, se puede concluir que el hombre ('adam) cae en ese "sopor" para despertarse "varón" y "mujer". Efectivamente, nos encontramos por primera vez en el Gen 2, 23 con la distinción is-issah. Quizá, pues, la analogía del sueño indica aquí no tanto un pasar de la conciencia a la subsconciencia, cuanto un retorno específico al no-ser (el sueño comporta un componente de aniquilamiento de la existencia consciente del hombre), o sea, al momento antecedente a la creación, a fin de que, desde él, por iniciativa creadora de Dios, el "hombre" solitario pueda surgir de nuevo en su doble unidad de varón y mujer.

En todo caso, a la luz del contexto del Gén 2, 18-20, no hay duda alguna de que el hombre cae en ese "sopor" con el deseo de encontrar un ser semejante a sí. Si, por analogía con el sueño, podemos hablar aquí también de ensueño, debemos decir que ese arquetipo bíblico nos permite admitir como contenido de ese sueño un "segundo yo", también personal e igualmente relacionado con la situación de soledad originaria, es decir, con todo ese proceso de estabilización de la identidad humana en relación al conjunto de los seres vivientes (animalia), en cuanto es proceso de "diferenciación" del hombre de este ambiente. De este modo, el círculo de la soledad del hombre-persona se rompe, porque el primer "hombre" despierta de su sueño como "varón y mujer" [3].

4. La mujer es formada "con la costilla" que Dios-Yahvé tomó del hombre. Teniendo en cuenta el modo arcaico, metafórico e imaginativo de expresar el pensamiento, podemos establecer que se trata de homogeneidad de todo el ser de ambos; esta homogeneidad se refiere sobre todo al cuerpo, a la estructura somática, y se confirma también con las primeras palabras del hombre a la mujer creada: "Esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne" (Gén 2, 23) [4]. Y sin embargo, las palabras citadas se refieren también a la humanidad del hombre-varón. Se leen en el contexto de las afirmaciones hechas antes de la creación de la mujer, en las que, aún no existiendo todavía la "encarnación" del hombre, es definida como "ayuda semejante a él" (Cf. Gén 2, 18 y 2, 20) [5]. Así, pues, la mujer, en cierto sentido, es creada a base de la misma humanidad. La homogeneidad somática, a pesar de la diversidad de la constitución unida a la diferencia sexual, es tan evidente que el hombre (varón), despertándose del sueño genético, la expresa inmediatamente cuando dice: "Esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada varona, porque del varón ha sido tomada" (Gén 2, 23). De este modo el hombre (varón) manifiesta por vez primera alegría e incluso exaltación, de las que antes no tenía oportunidad, por faltarle un ser semejante a él. La alegría por otro ser humano, por el segundo "yo", domina en las palabras del hombre (varón) pronunciadas al ver a la mujer (hembra). Todo esto ayuda a establecer el significado pleno de la unidad originaria. Aquí son pocas las palabras, pero cada una es de gran peso. Debemos, pues, tener en cuenta -y lo haremos también a continuación- el hecho de que la primera mujer, "formada con la costilla tomada del hombre" (varón), inmediatamente es aceptada como una ayuda adecuada a él.

En la próxima meditación volveremos aún sobre este mismo tema, esto es, el significado de la unidad originaria del hombre y de la mujer en la humanidad.



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Notas


[1] El término hebreo 'adam expresa el concepto colectivo de la especie humana, esto es, el hombre que representa a la humanidad; (la Biblia define al individuo utilizando la expresión "hijo del hombre", ben-'adam). La contraposición: 'is-'issah subraya la diversidad sexual (como en griego aner-gyne).

Después de la creación de la mujer, el texto bíblico continua llamando al primer hombre 'adam (con artículo definido) expresando así su "corporate personality", en cuanto se ha convertido en "padre de la humanidad", su progenitor y representante, como después Abraham es reconocido como "padre de los creyentes" y Jacob se identifica con Israel-Pueblo elegido.

[2] El sopor de Adán (en hebreo tardemaah) es un sueño profundo (en latín: sopor; en inglés: sleep) en el que cae el hombre sin conciencia o sueños. (La Biblia tiene otro término para definir el sueño: halom); cf. Gén 15,12; 1 Sam 26,12.

Freud, en cambio, examina el contenido de los sueños (en latín: somnium; en inglés, dream), los cuales, formándose con elementos síquicos "rechazados por el subconsciente", permiten, según él, hacer emerger de ellos los contenidos inconscientes que, en último análisis, serían siempre sexuales.

Esta idea es, naturalmente, del todo extraña al autor bíblico.

En la teología del autor yahvista, el sopor en que Dios hace caer al primer hombre subraya la exclusividad de la acción de Dios en la obra de la creación de la mujer; el hombre no tenía en ella participación alguna consciente. Dios se sirve de su "costilla" solamente para acentuar la naturaleza común del varón y de la mujer.

[3] "Sopor" (tardemah) es el término que aparece en la Sagrada Escritura cuando el sueño o directamente después del sueño deben suceder acontecimientos extraordinarios (cf. Gén 15, 12; 1 Sam 26, 12; Is 29,10; Job 4, 13; 33, 15). Los Setenta traducen tardemah por ékstasis (un éxtasis).

En el Pentateuco, tardemah aparece también una sola vez en un contexto misterioso: Abraham, por el mandato de Dios, preparó un sacrificio de animales, ahuyentando de ellos a las aves rapaces. "Cuando ya estaba el sol para ponerse, cayó un sopor sobre Abraham, y fue presa de gran terror, y le envolvió densa tiniebla" (Gén 15, 12). Entonces precisamente comienza Dios a hablar y realiza con él una alianza, que es la cumbre de la revelación hecha a Abraham.

Esta escena se parece, en cierto modo, a la del huerto de Getsemaní: Jesús "comenzó a sentir temor y angustia" (Mc 14, 33) y encontró a los Apóstoles "adormilados por la tristeza" (Lc 22, 4-5).

El autor bíblico admite en el primer hombre un cierto sentido de carencia y soledad ("no es bueno que el hombre esté solo"; "no encontró una ayuda semejante a él") y aun casi de miedo. Quizá este estado provoca "un sueño causado por la tristeza" o quizá, como en el caso de Abraham, "por un oscuro terror" de no-ser; como en el umbral de la obra de la creación: "La tierra estaba confusa y vacía y las tinieblas cubrían la haz del abismo" (Gn 1,2).

En todo caso, según los dos textos en que el Pentateuco, o, mejor, el libro del Génesis, habla del sueño profundo (tardemah) tiene lugar una acción divina especial, es decir, una "alianza" cargada de consecuencias para la historia de la salvación: Adán da comienzo al género humano, Abraham al Pueblo elegido.

[4] Es interesante notar que para los antiguos Sumerios el signo cuneiforme para indicar el sustantivo "costilla" coincidía con el empleado para indicar la palabra "vida". En cuanto al relato yahvista, según cierta interpretación del Gén 2, 21, Dios más bien cubre de carne la costilla (en vez de cerrar la carne en el lugar de ella) y de este modo "forma" a la mujer, que trae su origen de la "carne y de los huesos" del primer hombre (varón).

En el lenguaje bíblico ésta es una definición de consanguinidad o pertenencia a la misma descendencia (por ejemplo, cf. Gén 29, 14): la mujer pertenece a la misma especie que el hombre, distinguiéndose de los otros seres vivientes creados antes.

En la antropología bíblica los "huesos" expresan un componente importantísimo del cuerpo, dado que para los hebreos no había una distinción precisa entre "cuerpo" y "alma" (el cuerpo era considerado como manifestación exterior de la personalidad), los "huesos" significaban sencillamente,. por sinécdoque, el "ser" humano (cf. por ejemplo Sal 139, 15: "No desconocías mis huesos").

Se puede entender, pues, "hueso de los huesos", en sentido relacional, como el "ser del ser"; "carne de la carne" significa que, aun teniendo diversas características físicas, la mujer presenta la misma personalidad que posee el hombre.

En el "control nupcial" del primer hombre, la expresión "hueso de los huesos", "carne de la carne" es una forma de superlativo, subrayado además por la repetición triple: "esta", "esa", "la".

[5] Es difícil traducir exactamente la expresión hebrea cezer kenegdô, que se traduce de distinto modo en las lenguas europeas; por ejemplo: en latín: "adiutorium ei conveniens sicut oportebat iuxta eum"; en alemán: "eine Hilfe..., die ihm entspricht"; en francés: ëgal vis-â-vis de lui"; en italiano: "un aiuto che gli sia simile"; en español: "como él, que le ayude"; en inglés: "a helper fit for him"; en polaco: "odopowicdnia alla niego pomoc".

Porque el término "ayuda" parece sugerir el concepto de "complementariedad", o mejor, de "correspondencia exacta", el término "semejante" se une más bien con el de "similitud", pero en sentido diverso de la semejanza del hombre con Dios.

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